lunes, 24 de septiembre de 2012

Pero ella no consigue bajar de allí.

Luz. Silencio. El sol hace brillar las gotas del agua de la mañana que cubren el suelo. El sonido de los pájaros toca dulcemente el ambiente. El viento juega con la verde hierba del bosque y remueve las ramas de un gran árbol. Ella le espera subida en la rama más alta. Con la mirada perdida entre las copas de los árboles más bajos, con sus piernas columpiándose sobre el pequeño vacío que tiene debajo. El viento que hace silbar las hojas, juega con su pelo rebelde, y dibuja latigazos negros y firmes en las pupilas de sus ojos marrones. Sus muñecas lucen desnudas y blancas, con una ligera marca de sufrimiento pero sin el rastro absoluto de sumisión frente al tiempo. Ella es solo ceniza y niebla en los ojos, una sonrisa incomprendida, fuerza fingida, porque sus pestañas descosidas irradian debilidad. Un alma indomable, una mente libre que viaja con la esencia del aire. Y no se cansa de observar el mundo desde allí arriba, porque es donde quiere estar.

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