lunes, 24 de septiembre de 2012

¿Me buscas? Te jodes.

Ella, princesita, protagonista de un cuento de hadas, habitante de un mundo de magia, encerrada en su castillo. Su príncipe la va a salvar, y el resto ya se puede imaginar...

La pequeña princesa se abre paso con dificultad entre la gente, que balancean sus cuerpos intoxicados al ritmo de la estrepitosa música que retumba por toda la discoteca, haciéndola vibrar salvajemente. Los ojos verdes de la niña se ciegan con las luces de colores que recorren el local y su mente da vueltas a imágenes sin sentido.
La pequeña llega a la barra, tambaleándose con la vista nublada, para envenenar su perfecto cuerpecito un poco más con algo de alcohol.
Y de nuevo se interna con prisa en la telaraña de gente borracha de locura, para buscar la puerta de un baño, pero lo que encuentra es la puerta de salida trasera. La empuja como puede, sin ver a dónde va.

Sale al callejón de atrás a vomitar entre los cubos de basura y los ladrillos enmohecidos y cubiertos de graffiti de las paredes que estrechan la calle oscura.
-Vaya, vaya, ¿qué hace una niñita como tú en un sitio como este a estas horas?
Entre la penumbra, consigue ver la figura que había pasado por alto de un chico, algo mayor que ella, con el pelo negro revuelto, una sonrisa capaz de enloquecer a cualquiera, con gesto de insuficiencia y un cigarrillo Camel entre sus dedos.
-Lárgate -dice ella de mal humor.
-Una pequeña rebelde, ¿eh? ¿No te dijeron tus papás que hay que hablar con respeto a los mayores?
-¿No te dijeron a ti los tuyos que no hay que hablar con extraños?
Él suelta una carcajada divertida, y la vuelve a mirar con esos ojos provocativos mientras ríe.
-Anda, déjame que te ayude -la dice acercándose con la intención de levantarla. Pero ella se aparta violentamente de su contacto de un manotazo.
-No me toques -gruñe, y se dispone a salir de aquel callejón tras levantarse, dando pasos inestables y con la cabeza dándole vueltas bajo la noche.
-¡Eh, niña! Déjame llevarte a casa al menos.
-¡Piérdete! -le grita la niñita sin darse la vuelta y enseñándole el dedo corazón por encima del hombro.

Él se queda mirando el lugar por donde ella se ha marchado, con su irresistible sonrisa y su divertida mirada. Y en su cabeza corretea el pensamiento de encontrar a la pequeña.

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