martes, 9 de octubre de 2012

Conexión a distancia obstruyendo la razón.

Anoche soñé algo.
Creo que era algo importante pero, como de costumbre al despertar, ese recuerdo se desvaneció, convirtiéndose únicamente en remotas y extrañas imágenes difusas sin sentido aparente.

Sin embargo, en mis sábanas han quedado marcadas esas palabras no pronunciadas, rasgadas con rastros del pasado, figuras pálidas yacentes por ese sentimiento que he olvidado desde que desapareciste, de mi vida pero no de debajo de mi cerebro, molestando con alfileres y remordimientos mi mente perdida, haciendo sangrar mis pupilas dilatadas desde la parte escondida dentro de mis ojos donde no consigo verte nunca, y bloqueas el sendero hacia mi memoria con un fuerte que en realidad no sé ni dónde se encuentra gracias a ti.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Polvo de estrellas, sonrisa incomprendida, diamante de serrín.


Con los recuerdos esparcidos por el suelo y los sueños flotando como humo por la estancia, una pila de libros amontonados haciendo de mesilla y la ventana abierta dejando entrar la amenaza del sol con tragarse la luz de las estrellas.
Tirada sobre la cama deshecha, con los pantalones extraviados en el armario y una camiseta que la llega por las rodillas. Tan profundamente dormida, tan aparentemente tranquila, hermosa, soñadora,  feliz... Quién diría que se trata de un corazón mutilado, una vida rota.
A las 7.00 am explota el despertador en un molesto estruendo que ella ahoga con un golpe de sus delicadas manos. Mientras se levanta, recoge su rizado pelo rubio dejando al descubierto su cuello dolorido.

Con el sonido de "boulevard of broken dreams" en la radio, observa en el espejo sus ojos enrojecidos, su falsa sonrisa no expresada, y las manchas oscuras que cubren su pálida piel.
Y el miedo vuelve a sus pupilas, desesperadas de encontrar una salida, de perforar su mente y abrirla al mundo, absorber las nubes y marcharse con ellas.
Busca rápidamente las llaves del coche con la mirada. Y desata las cuerdas del perchero que tiene detrás de la puerta para coger una mochila y meter en ella su destino, y perderse con él en la inmensidad del mundo.

La niña de los ojos blancos.


Recuerdo aquel día que mamá me dijo: "No te preocupes cariño, papá te quiere". Y mamá lloraba en silencio. Yo la veía por el reflejo del espejo.

Un día mamá estaba cepillándose su sedoso pelo oscuro. Yo la miraba sentada desde la cama. Entonces oímos golpes y unas fuertes pisadas furiosas que se acercaban. Mamá me dijo que esperase en silencio detrás de la puerta del ropero. "No salgas de ahí, pequeña, y no hagas ruido, si no mamá se pondrá triste, ¿vale?". Y yo obedecí.
Por una rendija, vi a través de la puerta cómo el hombre entraba en la habitación estrepitosamente y cómo cogía a mamá de un brazo y la gritaba cosas feas. Yo creo que el hombre estaba enfadado porque mamá lloraba mucho. Entonces el hombre abrazó a mamá y ella se cayó al suelo y se quedó dormida.
Más tarde, el hombre me encontró y también me dijo "vamos niña, sal, papá te quiere y no te va a hacer daño".
Yo nunca más volví a ver a mi mamá.


Deslizo mis pies fuera de las zapatillas, para que el suave algodón de los calcetines roce en silencio el duro suelo de madera. Busco con la mano el duro mango de un cuchillo, y lo escondo debajo de mi albornoz azul. Harta de tirar mis lágrimas al vacío cada noche, de ser frágil, me acerco despacio y sin hacer ruido a su espalda, desenfundo el frío acero y lo acerco a su cuerpo. Las ganas de empujarlo se me agolpan en las goteras de mis ojos, pero me desplomo, y mis manos sueltan el cuchillo que cae al suelo con un golpe sordo. A pesar todo, dejaré que me golpeé una vez más.

lunes, 24 de septiembre de 2012

¿Me buscas? Te jodes.

Ella, princesita, protagonista de un cuento de hadas, habitante de un mundo de magia, encerrada en su castillo. Su príncipe la va a salvar, y el resto ya se puede imaginar...

La pequeña princesa se abre paso con dificultad entre la gente, que balancean sus cuerpos intoxicados al ritmo de la estrepitosa música que retumba por toda la discoteca, haciéndola vibrar salvajemente. Los ojos verdes de la niña se ciegan con las luces de colores que recorren el local y su mente da vueltas a imágenes sin sentido.
La pequeña llega a la barra, tambaleándose con la vista nublada, para envenenar su perfecto cuerpecito un poco más con algo de alcohol.
Y de nuevo se interna con prisa en la telaraña de gente borracha de locura, para buscar la puerta de un baño, pero lo que encuentra es la puerta de salida trasera. La empuja como puede, sin ver a dónde va.

Sale al callejón de atrás a vomitar entre los cubos de basura y los ladrillos enmohecidos y cubiertos de graffiti de las paredes que estrechan la calle oscura.
-Vaya, vaya, ¿qué hace una niñita como tú en un sitio como este a estas horas?
Entre la penumbra, consigue ver la figura que había pasado por alto de un chico, algo mayor que ella, con el pelo negro revuelto, una sonrisa capaz de enloquecer a cualquiera, con gesto de insuficiencia y un cigarrillo Camel entre sus dedos.
-Lárgate -dice ella de mal humor.
-Una pequeña rebelde, ¿eh? ¿No te dijeron tus papás que hay que hablar con respeto a los mayores?
-¿No te dijeron a ti los tuyos que no hay que hablar con extraños?
Él suelta una carcajada divertida, y la vuelve a mirar con esos ojos provocativos mientras ríe.
-Anda, déjame que te ayude -la dice acercándose con la intención de levantarla. Pero ella se aparta violentamente de su contacto de un manotazo.
-No me toques -gruñe, y se dispone a salir de aquel callejón tras levantarse, dando pasos inestables y con la cabeza dándole vueltas bajo la noche.
-¡Eh, niña! Déjame llevarte a casa al menos.
-¡Piérdete! -le grita la niñita sin darse la vuelta y enseñándole el dedo corazón por encima del hombro.

Él se queda mirando el lugar por donde ella se ha marchado, con su irresistible sonrisa y su divertida mirada. Y en su cabeza corretea el pensamiento de encontrar a la pequeña.

Pero ella no consigue bajar de allí.

Luz. Silencio. El sol hace brillar las gotas del agua de la mañana que cubren el suelo. El sonido de los pájaros toca dulcemente el ambiente. El viento juega con la verde hierba del bosque y remueve las ramas de un gran árbol. Ella le espera subida en la rama más alta. Con la mirada perdida entre las copas de los árboles más bajos, con sus piernas columpiándose sobre el pequeño vacío que tiene debajo. El viento que hace silbar las hojas, juega con su pelo rebelde, y dibuja latigazos negros y firmes en las pupilas de sus ojos marrones. Sus muñecas lucen desnudas y blancas, con una ligera marca de sufrimiento pero sin el rastro absoluto de sumisión frente al tiempo. Ella es solo ceniza y niebla en los ojos, una sonrisa incomprendida, fuerza fingida, porque sus pestañas descosidas irradian debilidad. Un alma indomable, una mente libre que viaja con la esencia del aire. Y no se cansa de observar el mundo desde allí arriba, porque es donde quiere estar.

martes, 18 de septiembre de 2012

Gris oscuro.

Siento el viento jugando rebelde con mi pelo, acariciándolo con el olor a sal de mar que arrastra con él.
Sobre este acantilado de rocas blancas contemplo el crepúsculo que dibuja en el reflejo del agua del océano el contorno de las nubes grises que cubren completamente el horizonte mientras los últimos rayos de sol que asoman tímidos entre ellas van desapareciendo a través de la fina línea que divide cielo y mar.

Las lágrimas empiezan a acumularse fuertemente ante mis pupilas, reprimidas de libertad por los parpadeos de mis ojos caprichosos.
El frío que acompaña al aire arranca las hojas de los árboles que se extienden infinitos tras mi espalda. Y me hace temblar como una gota de lluvia a punto de estallar contra el suelo.
En esos momentos echo de menos tantas cosas... El ambiente grisáceo del paisaje incita a mis ojos a derramar tristeza pero algo presiona descaradamente mi estómago, impidiéndolo.
Por mis venas corre puro veneno, que enloquece mi cerebro hasta un punto que me escuece el cuerpo, y me duele el pecho.
Palpo mi torso dos veces, en busca de un agujero que me atraviese de lado a lado, pero solo encuentro la tela fría y húmeda de mi camiseta.

Y mi mente retorcida piensa a toda velocidad, buscando desesperadamente algo,  lo que sea; una razón. Una razón para intentarlo un poco más, para bajar de aquel acantilado dando un paseo por el bosque hasta casa,una razón para secarme las lágrimas escondidas y abrir los ojos de una vez, una razón para continuar, o para no dar el paso que me pide una intimidante sombra negra.

El último rayo de luz se marcha ocultándose detrás del helado mar que se extiende ante mis pies. Y en ese momento exacto que rompe la última ola contra el acantilado, mi cabeza se vacía de pensamientos, y me muevo tres pasos hacia el borde de la roca para no tener que seguir buscando nada.

Estoy cansada de buscar todo sin encontrar nada. Ahora no sé que pasará cuando termine el trayecto hasta el fondo del abismo.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Es triste que un hospital sea la imagen que llevarse a un viaje tan largo...

Pi... Pi... Pi... Pi... Pi...

En el monitor puedo ver una fina línea roja que cada segundo se eleva y vuelve a bajar, dejando un rastro luminiscente tras ella. Su pitido constante es lo único que se oye en la habitación.
Y la respiración profunda de mi hermano.

Está tumbado sobre una cama de sábanas blancas, del mismo color que el resto de la estancia, una habitación inquietantemente silenciosa y con olor a medicinas y látex.

Pi... Pi... Pi... Pi... Pi...

De los brazos de Dan aparecen atravesándole la piel montones de cables de plástico, y cada uno desemboca en un aparato lleno de botones y pantallas o en una bolsita con algo líquido colgada del techo. Sus antebrazos están cubiertos de vendas blancas.
Tiene la cara pálida, algo salpicada de gotas de sudor debido al calor y la tensión del ambiente, y los ojos cerrados.

Yo le observo unos metros más allá, con el peso de mi cuerpo sobre un sillón viejo y despellejado, testigo del dolor de cientos de personas que observaron la tristeza mucho antes que yo.

Pi, pi, pi, pi, pi, pi, pi...

Mi hermano mueve la mano, que está plagada de extraña cinta adesiva. Sus pulsaciones se aceleran, y los dibujos de la línea roja del monitor se hacen más constantes.
Y entonces abre los ojos.

Pi, pi, pi, pi, pi, pi, pi...

Sus pupilas devoran rápidamente el color azul de sus ojos, y se clavan con fuerza en los fluorescentes blancos del techo. Su respiración se acelera y me parece ver una pequeña lágrima en el extremo de sus párpados.

Con un esfuerzo, Dan empieza a girar la cabeza hacia mí, y posa su mirada en mis ojos ansiosos. No veo a mi hermano en esa mirada. Solo veo una intensa súplica que me pregunta por qué sigue aquí su alma.
Despega sus labios mientras coge aire, reuniendo la suficiente fuerza para decirme "No quiero quedarme aquí..."

Pi, pi, pi, pi, pi, pi, pi...

Noto que mis ojos se desbordan. El corazón se me acelera tanto que empujan las lágrimas fuera de mis ojos. Tengo los pulmones comprimidos y la cabeza nublada.

-Dan... ¿estás bien?

Él mueve la cabeza hacia los dos lados, una sola vez, negando.
Entonces veo como sus brazos se tensan, se le marcan las arterias enfermas en la piel, y poco a poco empieza a arrancarse los claves que contaminan sus venas. Se desenfunda las vendas de sus brazos y aparta los aparatos de su cuerpo.

Pi... Pi... Pi... Pi... Pi...

Y cuando tan solo tiene encima el fino camisón azul que oculta su cuerpo, me sonríe. Y por primera vez desde el día que le encontré tirado bajo un árbol, siento que es una sonrisa que lo dice todo.
Me dice que no me preocupe, que él estará bien, y que me quiere. Y por primera vez en mucho tiempo. No tengo miedo.

Pi... Pi...

Dan se acomoda en la insulsa cama de hospital y cierra los ojos.

Pi......

domingo, 5 de agosto de 2012

De noches oscuras y amaneceres enrojecidos, demasiado nublados para mi gusto

Kindersley, Canadá.
Sobre las 5.40 am.
Lugar: la azotea del edificio gris.
Día: desconocido. No merece la pena recordarlo.

Silencio.
La escasa luz del amanecer ilumina levemente la habitación. Pequeñas franjas de un sol anaranjado recorren las ventanas y la madera del suelo. El polvo acumulado por la incesable sucesión de los minutos hace crujir en ocasiones la oscura madera de los muebles y la cerradura oxidada del armario azul que reposa muerto ante la pared.

En el ambiente se respira el intenso humo del cigarrillo medio consumido y una pizca de desesperación y locura en el aire, arrastrándose lentamente y enloqueciendo la situación.
Sobre la mesita está abandonada desde hace ya dos días una taza de café con leche manchada de pintalabios rojo, algo anteriormente muy típico y normal, pero que ahora se ha convertido en algo similar a las flores marchitas de la tumba de algún muerto olvidado por el paso de los años.

Más silencio. Un silencio tan solo interrumpido por el tabaco mientras se consume lentamente y por el insonoro sollozo de un alma rota en dos mitades.
Silencio. Un silencio tan aplastante que oprime la hipnotizante escasa vida de la estancia por momentos.

Y luego está él. Sentado sobre el borde de la cama deshecha, con la cabeza hundida entre sus manos desgastadas por el cansancio, con un punto de nostalgia, dolor y algo de ira reflejada en su mirada perdida en la penumbra de los rincones de la habitación.
Con la mente vagando por la nada. O por los recuerdos de ella.

Ella. Sus intensos ojos marrones, que aunque no tenían nada fuera de lo común, eran únicos. Sus labios siempre pintados de rojo, sus curvas, la comisura derecha de su boca, sus ganas de más, el misterio de su mirada, su deseo apasionado por las cosas, su costumbre de recogerse el pelo detrás de la oreja, su manía de tomar café todas las mañanas mientras miraba desesperadamente por la ventana, sin saber que detrás de esa mirada se escondía mucho más que el simple deseo de saltar desde la repisa.
Ella quería volar, ser libre, intentar encontrar una vida más justa incluso para ella. Estaba cansada de su pelo rizado, de intentar arreglarlo empuñando unas tijeras, cansada del Malboro de los domingos, de su risa y del café de las mañanas. De él.
Ella no quería nada de eso, pero se lo guardaba en lo más profundo de su peculiar mente, hasta que por fin aquel día escribió una nota rápida sobre la encimara de la cocina y decidió salir fuera de la ventana y dar dos pequeños pasos más para buscar aquello que no sabía si encontraría.

Y ahí está él. Con las lágrimas negándose a asomarse ante sus pupilas, con la imagen de sus ojos no marrones, si no verdes cuando la vio estrellada contra el suelo, y con un papel en el que pone "A tí te quiero, a mí no. H" entre sus manos temblorosas, y tan arrugado que está a punto de desaparecer.

Como ella.