lunes, 29 de diciembre de 2014

Oda a lo que no fue.

No cojas la cuchara con la mano izquierda. 
No pongas los codos en la mesa. 
Dobla bien la servilleta. 
Eso, para empezar. 

 Extraiga la raíz cuadrada de tres mil trescientos trece. 
¿Dónde está Tanganika? ¿Qué año nació Cervantes? 
Le pondré un cero en conducta si habla con su compañero. 
Eso, para seguir. 

¿Le parece a usted correcto que un ingeniero haga versos? 
La cultura es un adorno y el negocio es el negocio. 
Si sigues con esa chica, te cerraremos las puertas. 
Eso, para vivir. 

 No seas tan loco. Sé educado. Sé correcto. 
No bebas. No fumes. No tosas. No respires. 
¡Ay sí, no respirar! Dar el no a todos los nos. 
Y descansar: Morir.


Gabriel Celaya.

martes, 16 de diciembre de 2014

Lista de porqués.

Caminaba distraída sobre los tejados, y construía casas en los árboles con trozos de madera vieja y cerámica rota. Siempre me pareció que pertenecía a las alturas. Tenía arte en las yemas de los dedos y las letras de todas sus canciones escritas en las tablas de su falda.

Tenía un pelo casi tan rebelde como ella. Nunca sonreía, pero si lo hacía dolía. Y toda esa obstinación de su mirada era su virtud y su desgracia, pero me encantaba verla gritar a las paredes y reprimir sus sollozos, porque luego se sentaba con los brazos cruzados y, suplicante, miraba de reojo deseando subir las escaleras a todo correr. Nunca dejó de oponerse a la conformidad.

Sus palabras sonaban deliciosas cada vez que creaba con ellas. Su piel de fotografía antigua olía a jabón y a pintura rosa. A veces me parece escuchar su risa entrecortada impresa en las cortinas del salón donde se escondía.

La belleza no era más que en su cabeza. Se enfrentaba a radiadores en habitaciones oscuras, porque no le tenía miedo a nada. O eso pensaba.

Poesía del tiempo ambiguo.

A veces me pregunto por qué las personas a las que he conocido llevan acolchada la cabeza.
A veces olvido cómo subir a los árboles para hablar con banqueros japoneses.
A veces añoro el olor a pino y agua de las paredes escarlata de un bosque encantado.
A veces me entristece no poder ver cosas que siempre han estado ahí.
A veces me estremezco al recordar el dolor de pies tras horas de camino entre piedras y abismos.
A veces solo necesito que la gravedad deje de funcionar. O que funcione hacia atrás.
A veces deseo no tener más tiempo para no perder nada más.
A veces confundo el vacío y el ser.
A veces no soy consciente de que levantarse de un sofá blandito da dolor de espalda. O no lo quiero ser.
A veces reconforta el dolor de volar por un acantilado.
A veces amo el odio y odio el amor.
A veces me parece que me he enamorado de la indiferencia de un vaso de agua. Otras veces solo soy consciente de que me lo he bebido sin querer.