Ella está quieta en la cama con los ojos abiertos,
observando la oscuridad. Como cada noche, los escasos parpadeos le llenan los
ojos de arena, todo por la culpa de la reflexión, la preocupación... y a veces,
el miedo. Él no llega y son las tantas.
Suena la llave en la cerradura. Varios intentos hasta que la
puerta se abre y entra una gran figura tambaleándose.
-Cariño, ¿dónde estabas? Son casi las seis, hueles a alcohol
y estaba preoc...
-Calla.
-Pero...
-Déjame, coño.
-Otra vez borracho, ¿verdad? ¿Has vuelto a gastarte todo el
dinero en bebida, no es cierto?
-¡Cállate! -escupe con rabia mientras su puño atraviesa con
rabia y dificultad el espacio que hay entre ambos.
Ella llora en silencio tirada en el suelo. Él no se contiene
y, ciego, deja en libertad su odio en forma de golpes hasta que la deja sin
sentido.
Despierta toda manchada de sangre, desorientada y con la
vista nublada. Está helada y de sus ojos ya no caen más lágrimas. Todo está
húmedo y frío, y la oscuridad lo cubre todo dejando un suave olor a pino y
albor.
-Mi amor -dice con un hilo de voz-, ¿por qué estamos en el
bosque? ¿Por qué me duele todo el cuerpo? ¿Por qué estoy llena de sangre? ¿Por
qué no puedo levantarme? ¿Por qué hace tanto frío, mi amor? ¿Por qué tienes una
pala en la mano? ¿Por qué estás cavando un agujero? ¿Por qué ya no me quieres,
mi vida?