domingo, 29 de junio de 2014

El golpe de eco detrás de la caída.

Lo increíblemente grande que parece un instante, la intensidad de su simpleza y el peso incesante que nos araña los hombros y nos deja marcas que poco a poco se van borrando, penetrando en la piel hasta ser una de tantas historias que recorren los poros de nuestro cuerpo y se quedan en una fina capa adormecida, inconsciente verdad que se esconde detrás de las pupilas y en los oídos, y ya no escuchamos.
A veces nos estrangulan los ojos provocando ese punto concentrado, dolor de cabeza lo llaman, que se extiende al estómago, a la culpabilidad y de vez en cuando a la yema los dedos. Y temblamos, y el esófago llora, y la esponja del pecho se hincha impidiendo el paso del aire a los pulmones, porque nuestro pulso irradia debilidad.
 Pero son cosas que pasan. El ser humano está hecho de materiales muy baratos, dicen. Nadie sabe hasta qué punto se puede forzar lo inevitable. Y romperse a veces no merece tanto la pena como uno cree.



Sé que estoy hablando en plural. A nadie le gusta hablar de sí mismo si no sabes quién está al otro lado. De todas maneras, es una estupidez. Ha sido mera irracionalidad.

¿Y sabes qué más? Tengo todas las palabras escritas en la lengua, y no llego a leerlas. Es muy frustrante.

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