miércoles, 14 de diciembre de 2016

Poema absurdo del desamor.


Los días más felices, aquellos que pasamos. Aquellos cuando aún no sabíamos que eran felices y lo mucho que lo serían. Días felices en los que la felicidad era nueva y bienvenida, escrita en la música, en la risa y en la marihuana. Días en los que no sabíamos por qué pasaban las cosas que pasaban, pero sí que el universo había conspirado y estábamos allí juntas sin casualidad. Era un éxtasis extraño caminar contigo, hablando de filosofía o de tirarse pedos en la cama. Da igual lo que se cruzase delante de nuestras pupilas porque veías la cara opuesta de la luna y surgía un nuevo mundo para mí. Era un aire fresco y un respirar hondo ser feliz contigo, porque no podía ser de otra manera encontrar la felicidad en tu voz y en tus historias, en tus ideas y en tus enfados, en tus locuras y en tus banalidades.  Porque las banalidades eran lo menos trivial en ti, mirar tu mirada era asomarse a una ventana muy brillante y escuchar la psicodelia. No había mañana en la que no me plantease la vida por tu culpa, por tu terrible culpa de persona enamorada del terrible mundo que nos parecía habitar, terrible mundo en el que nos abríamos paso hasta rinconcitos que pintábamos y dibujábamos y hacíamos nuestros. Esos días y noches felices de verte bailar sin cordura entre gente indiferente que solo adornaba el cuadro de tu abrumadora belleza. Luego la comodidad de disfrutarte de todas las maneras, de resaca, de descanso, de estudio y de nada, no hacía falta nada para disfrutarte. Y no hacía falta nada más que abrirte mi vida, mi verdadera vida para que tu también disfrutases de mí. Qué días tan felices en los que se gritaba a cualquier hora de la mañana y en cualquier lugar del pasillo, en los que no faltaba una sola risotada absurda por algo absurdo. Qué absurda felicidad. Qué absurda la vida. Qué triste hablar en pasado.