martes, 16 de diciembre de 2014

Lista de porqués.

Caminaba distraída sobre los tejados, y construía casas en los árboles con trozos de madera vieja y cerámica rota. Siempre me pareció que pertenecía a las alturas. Tenía arte en las yemas de los dedos y las letras de todas sus canciones escritas en las tablas de su falda.

Tenía un pelo casi tan rebelde como ella. Nunca sonreía, pero si lo hacía dolía. Y toda esa obstinación de su mirada era su virtud y su desgracia, pero me encantaba verla gritar a las paredes y reprimir sus sollozos, porque luego se sentaba con los brazos cruzados y, suplicante, miraba de reojo deseando subir las escaleras a todo correr. Nunca dejó de oponerse a la conformidad.

Sus palabras sonaban deliciosas cada vez que creaba con ellas. Su piel de fotografía antigua olía a jabón y a pintura rosa. A veces me parece escuchar su risa entrecortada impresa en las cortinas del salón donde se escondía.

La belleza no era más que en su cabeza. Se enfrentaba a radiadores en habitaciones oscuras, porque no le tenía miedo a nada. O eso pensaba.

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