miércoles, 26 de septiembre de 2012

La niña de los ojos blancos.


Recuerdo aquel día que mamá me dijo: "No te preocupes cariño, papá te quiere". Y mamá lloraba en silencio. Yo la veía por el reflejo del espejo.

Un día mamá estaba cepillándose su sedoso pelo oscuro. Yo la miraba sentada desde la cama. Entonces oímos golpes y unas fuertes pisadas furiosas que se acercaban. Mamá me dijo que esperase en silencio detrás de la puerta del ropero. "No salgas de ahí, pequeña, y no hagas ruido, si no mamá se pondrá triste, ¿vale?". Y yo obedecí.
Por una rendija, vi a través de la puerta cómo el hombre entraba en la habitación estrepitosamente y cómo cogía a mamá de un brazo y la gritaba cosas feas. Yo creo que el hombre estaba enfadado porque mamá lloraba mucho. Entonces el hombre abrazó a mamá y ella se cayó al suelo y se quedó dormida.
Más tarde, el hombre me encontró y también me dijo "vamos niña, sal, papá te quiere y no te va a hacer daño".
Yo nunca más volví a ver a mi mamá.


Deslizo mis pies fuera de las zapatillas, para que el suave algodón de los calcetines roce en silencio el duro suelo de madera. Busco con la mano el duro mango de un cuchillo, y lo escondo debajo de mi albornoz azul. Harta de tirar mis lágrimas al vacío cada noche, de ser frágil, me acerco despacio y sin hacer ruido a su espalda, desenfundo el frío acero y lo acerco a su cuerpo. Las ganas de empujarlo se me agolpan en las goteras de mis ojos, pero me desplomo, y mis manos sueltan el cuchillo que cae al suelo con un golpe sordo. A pesar todo, dejaré que me golpeé una vez más.

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