viernes, 14 de septiembre de 2012

Es triste que un hospital sea la imagen que llevarse a un viaje tan largo...

Pi... Pi... Pi... Pi... Pi...

En el monitor puedo ver una fina línea roja que cada segundo se eleva y vuelve a bajar, dejando un rastro luminiscente tras ella. Su pitido constante es lo único que se oye en la habitación.
Y la respiración profunda de mi hermano.

Está tumbado sobre una cama de sábanas blancas, del mismo color que el resto de la estancia, una habitación inquietantemente silenciosa y con olor a medicinas y látex.

Pi... Pi... Pi... Pi... Pi...

De los brazos de Dan aparecen atravesándole la piel montones de cables de plástico, y cada uno desemboca en un aparato lleno de botones y pantallas o en una bolsita con algo líquido colgada del techo. Sus antebrazos están cubiertos de vendas blancas.
Tiene la cara pálida, algo salpicada de gotas de sudor debido al calor y la tensión del ambiente, y los ojos cerrados.

Yo le observo unos metros más allá, con el peso de mi cuerpo sobre un sillón viejo y despellejado, testigo del dolor de cientos de personas que observaron la tristeza mucho antes que yo.

Pi, pi, pi, pi, pi, pi, pi...

Mi hermano mueve la mano, que está plagada de extraña cinta adesiva. Sus pulsaciones se aceleran, y los dibujos de la línea roja del monitor se hacen más constantes.
Y entonces abre los ojos.

Pi, pi, pi, pi, pi, pi, pi...

Sus pupilas devoran rápidamente el color azul de sus ojos, y se clavan con fuerza en los fluorescentes blancos del techo. Su respiración se acelera y me parece ver una pequeña lágrima en el extremo de sus párpados.

Con un esfuerzo, Dan empieza a girar la cabeza hacia mí, y posa su mirada en mis ojos ansiosos. No veo a mi hermano en esa mirada. Solo veo una intensa súplica que me pregunta por qué sigue aquí su alma.
Despega sus labios mientras coge aire, reuniendo la suficiente fuerza para decirme "No quiero quedarme aquí..."

Pi, pi, pi, pi, pi, pi, pi...

Noto que mis ojos se desbordan. El corazón se me acelera tanto que empujan las lágrimas fuera de mis ojos. Tengo los pulmones comprimidos y la cabeza nublada.

-Dan... ¿estás bien?

Él mueve la cabeza hacia los dos lados, una sola vez, negando.
Entonces veo como sus brazos se tensan, se le marcan las arterias enfermas en la piel, y poco a poco empieza a arrancarse los claves que contaminan sus venas. Se desenfunda las vendas de sus brazos y aparta los aparatos de su cuerpo.

Pi... Pi... Pi... Pi... Pi...

Y cuando tan solo tiene encima el fino camisón azul que oculta su cuerpo, me sonríe. Y por primera vez desde el día que le encontré tirado bajo un árbol, siento que es una sonrisa que lo dice todo.
Me dice que no me preocupe, que él estará bien, y que me quiere. Y por primera vez en mucho tiempo. No tengo miedo.

Pi... Pi...

Dan se acomoda en la insulsa cama de hospital y cierra los ojos.

Pi......

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